Captura de una ilustración del artículo original |
Hoy
traigo hasta el blog la traducción de un artículo que publiqué hace algún
tiempo. Se trata de Cuando los perros le ladran a la luna y su tema es la indefensión aprendida en el campo de la
atención a la diversidad. Ficha: Cando os
cans lle ladran á lúa. Localización: Eduga: revista galega do ensino, ISSN
1133-911X, Nº 50, 2007, págs. 6-7. Idioma original: gallego. Lo reproduzco a
continuación.
Los
perros de Seligman, psicólogo estadounidense, ladraban a la luna o,
simplemente, no hacían nada. Los perritos de Seligman (1983) se hicieron
famosos, tal vez menos que los de Pavlov, por la explicación de un constructo
-indefensión aprendida- relevante en el estudio de la depresión. Seligman,
cogió dos grupos de perros que colgaban de arneses. Más tarde a ambos grupos
les aplicó una descarga eléctrica. Con la diferencia que a uno de los grupos le
proporcionó un banco para que pudieran interrumpir el disparo. El otro grupo no
podía hacer nada. Los perros de los dos grupos recibieron el mismo número de
calambres. En otra fase, las descargas se generalizaron a otras situaciones.
Ahora todos los perros podían controlar todas las descargas. En las nuevas
circunstancias, y resumiendo, los perros que aprendieron a parar las descargas,
lo hicieron. El otro grupo dolo se quejaba dolorosamente, pero no actuaba.
Aprendieron a no defenderse.
¿Daría
resultado el experimento de los perros en nosotros, los humanos? La indefensión
aprendida, más tarde, luego sería reformulada por Alloy y Abramson, con la
introducción de conceptos tales como contingencia y causalidad, refiriéndose a
la relación de la respuesta dada por el sujeto de acuerdo a una atribución de
las causas de la situación y a su controlabilidad.
Pasemos
esto al campo de respuesta educativa a los estudiantes con necesidades
educativas especiales y atención a la diversidad en general, partamos de esta
reflexión y vayamos buscando soluciones para que las deficiencias físicas o
mentales no se conviertan en desventajas sociales o, lo que es peor, en la
exclusión social.
No
es raro ver en las escuelas y en nuestros institutos a algún profesor nervioso
frente a algún estudiante con necesidades educativas especiales, sin saber qué
hacer y midiendo el no actuar ni por exceso ni por defecto. A veces, las tareas
que se encomiendan a estos estudiantes ya las superaron el año anterior. Tal
vez con la idea de evitar el fracaso los profesores intentan, incluso, tomarlos
de la mano o hacer los ejercicios ellos mismos. Otras veces, las tareas, sin
embargo, encierran, debido a las limitaciones del estudiante, demasiadas
dificultades. El hecho es que los posibles fracasos desarrollan baja autoestima y pesimismo
extremo. Pero nosotros, los educadores comprometidos, debemos enfrentarnos y
entender el optimismo a la manera de Díaz Aguado (1995): “atención selectiva
hacia aspectos positivos de la realidad".
En
principio, se debe identificar el problema: la falta de interés frente a lo que
significa mucho esfuerzo, un bajo límite de tolerancia, la falta de autonomía
para desarrollar tareas que están a su alcance, o una ansiedad ante situaciones
nuevas, pueden ser algunos de los indicadores que nos hacen saber que estamos
tratando a un o una estudiante con baja autoestima.
Estos
chicos y chicas atribuyen la causa de sus problemas, por lo general, a factores
externos. Es decir, ellos consideran que lo que está fuera de tu control y en
lo que no pueden participar son los causantes de su fracaso, aspecto que debe
evitarse como un paso previo a la inclusión total de los alumnos, para que no
les pase como a los perros de Seligman.
Una
fuente segura de pesimismo -según Rojas Marcos (2005)- es la prolongada
insatisfacción de las necesidades inaplazables. Por lo tanto, no es prudente
minimizar la influencia del ambiente, por el contrario, lo que se debe fomentar
en el estudiante es el verdadero equilibrio emocional, ayudándole a
automotivarse, a asumir responsabilidades, ayudarles a hacer una evaluación
realista de uno mismo y evitarle la inseguridad con acciones que eleven su
autoestima.
Cuando la motivación del estudiante tiene
lugar a través de otros canales, ocurre una alienación escolar, que a veces los
profesores no saben cómo acercarse y tiene lugar lo que los sociólogos llaman
el "próximo instante", en referencia a la falta de empatía con que
actuamos en algunos de estos casos. En
realidad, muchas de las acciones que proponemos van dirigidas a aumentar
la autonomía personal de estos estudiantes, a la mejora de los patrones
atributivos de éxitos y fracasos, a la modificación de creencias sobre la
inteligencia y al conocimiento y el logro de una respuesta emocional adecuada.
Por
lo tanto, debería incluirse en el currículo objetivos y contenidos para
facilitar:
• Un mejor autocontrol, tanto cognitivo como
afectivo.
• Una mejora de la habilidad cognitivo
social.
• Un programa de aprendizaje de estrategias
en la resolución de tareas cognitivas y resolución de conflictos.
• Un programa de medidas para crear un clima
que ayude a una educación inclusiva.
Esto
favorecería:
• Vínculos más positivos entre los
estudiantes y el entorno.
• Mayor tolerancia a la frustración.
• Más participación y una mejor
sociabilidad.
• Disminución del aislamiento.
Y
todo, para que los alumnos con necesidades educativas especiales nunca hagan
suyas las palabras de Alloy y Abramson:
No me importa estar en contacto con la realidad, pero no quiero vivir allí.
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