Sin embargo, desde hace poco, diferentes comunidades autónomas han legislado que, también, la promoción se realice bajo criterios establecidos en las adaptaciones y no según el grado de cumplimiento de los objetivos de la etapa o nivel. Para la titulación, la evaluación no será criterial, sino normativa. Es bastante más lógico y bastante más justo, pero obliga a reflexionar y a considerar el valor de las adaptaciones y el de su propia dinámica (implementación, evaluación y seguimiento). Pero, sobre todo, obliga a reconsiderar actuaciones de rutina y de inercia propicia a la acomodación pedagógica en que caemos algunos profesores.
Esta cuestión debería generar, creo yo, un debate, digo debate y no polémica, pero esto no ha sucedido o, al menos, no se ha hecho con la profundidad y trascendencia que requiere la importancia de este asunto. En realidad, hay profesores que pasan tangencialmente por el problema y otros se escudan tras la salvaguardia de unas siglas (A.C., A.C.I., A.C.S., etc) o tras un asterisco en un expediente. No se tiene una conciencia clara por parte de algunos profesores de lo que realmente es una adaptación curricular; para bastantes es algo así como un artefacto virtual o un ente intangible o etéreo. No existen las estructuras y dinámicas adecuadas para atender a los alumnos con necesidades educativas específicas y a la diversidad en general. Esto es más palpable en la educación secundaria, donde hay un número importante de profesores que no saben lo que significa AC o el valor de los asteriscos y, francamente, con estos mimbres se pueden hacer pocos canastos.
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