Un estudio publicado por la Revista de Educación concluye que para algunos jóvenes con discapacidad, los contextos educativos ordinarios no han propiciado procesos de aprendizaje y participación social. Por el contrario, para ellos, estos escenarios han contribuido a generar discriminación y segregación en sus vidas escolares.
El estudio, que contempla las historias de vida de nueve jóvenes, forma parte de otro más amplio que ha sido realizado por las universidades de Sevilla y Cantabria. El objetivo que se persigue es el análisis de la construcción, como vivencia personal, del proceso de exclusión social de jóvenes con edades comprendidas entre 18 y 25 años.
Pictograma sobre educación inclusiva |
También, y esto choca bastante, estos jóvenes consideran más idóneo para ellos los contextos educativos especiales y afirma la autora del artículo, Anabel Moriña Díez, que es en estos donde viven sus primeras vivencias de integración (sic). Las aulas de apoyo a la integración, para los jóvenes del estudio, son lugares donde se sienten protegidos y en donde consiguen mejorar su autoconcepto y su autoestima.
La metodología empleada y lo exiguo de la muestra no permite, a mi parecer, generalizar; pero sí replantearse algunas cuestiones. Mi impresión es, y en esto coincido con lo expresado en el artículo, que la integración, en ocasiones, no es verdadera integración.
Otra cuestión importante y que es un verdadero problema social es la transición a la vida adulta y la búsqueda de empleo, aspectos en los que no se ha hecho casi nada.
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