Resulta
curioso como en unos años se ha tratado desde los centros educativos de que la
información y el aprendizaje mismo fueran accesibles a todos los colectivos,
pero la realidad es que esto solo se ha hecho posible en ciertas parcelas y para
ciertos colectivos. La lectura ha sido la pariente pobre en todo este proceso.
Se han hecho grandes innovaciones en el acceso a la información adaptando el
ordenador y sus periféricos, se ha mejorado la interfaz de los procesadores de
texto, se han creado procesadores accesibles, se ha trabajado mucho en que la información fuera comprensible para los
alumnos con TEA (trastornos del espectro autista) incidiendo la comunicación y
en la interacción social. Algunos profesores intentan crear materiales DUA (diseño
universal del aprendizaje). Se ha extendido el uso de Internet y la
accesibilidad web ha mejorado mucho (no en mi caso, que sigo sin saber nada).
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Sin
embargo, en España, se ha avanzado muy poco en cuanto a la creación de
materiales para el aprendizaje y el disfrute de la lectura para las personas
con discapacidad intelectual. Se realizan avances a trompicones, asistemáticos
y sin objetivos claros. Se considera que un alumno tendría que saber leer a los
seis años y si no lo consigue es porque es muy torpe. En otros países la
consideración es que los alumnos tienen que adquirir un dominio experto de la
lectura para poder desarrollar todo su potencial como aprendiz y que este
proceso puede durar hasta los dieciocho años. Todo esto partiendo de la moderna
psicología de la instrucción y considerando a la lectura como un proceso
cognitivo, que es lo que es. Sin embargo aquí se dedican abundantes recursos
para el fomento de la lectura, veinte minutos de lectura diaria, etc. Todo ello
de una forma asistemática y para salir del paso. Yo he mandado a mis alumnos que lean “El niño con el pijama de rayas”. Muy
interesante. ¿Eso le va a hacer comprender las Ciencias Sociales y no
aprenderlas de memoria?
Por
otra parte, hemos perdido un tiempo valioso con los gurús discípulos de Piaget
que llegaron a España cuando hacían veinte años que sus teorías y métodos
habían periclitado en el resto del mundo occidental y superadas por otras
corrientes, sobre todo la del constructivismo exógeno. En algunos casos
surgieron especies de sectas que no admitían una mínima disensión a sus dogmas inamovibles,
unos magufos diletantes adscritos a
la nueva fe, donde no tenía cabida el contraste de pareceres. Predicaban que no
había salvación fuera de la iglesia y esto se debe precisamente, como decía Ivan Illich, a que confundían la salvación con la iglesia. Siempre en este, y en
otros temas, ha faltado y falta una Pedagogía de la evidencia. Aquí somos muy
partidarios del ungüento amarillo, de los remedios que valen para todo, de los vendedores de humo y de los cantos de
sirena. ¿Será por eso que no avanzamos en lectura?
El
resultado de esta forma de levitar por encima del resto de los mortales es que
no presentamos materiales adecuados a los alumnos. Los adolescentes con
discapacidad intelectual en los institutos trabajan con materiales infantiles o
infantilizados, seguimos suspendiendo en lectura y el panorama no es muy
alentador. En los congresos educativos grandes gurús, que solo pisaron la
escuela cuando eran alumnos, nos dicen lo que queremos escuchar o nos venden
una cacharrería muy bonita que solucionarán todos los problemas habidos y por
haber. Nos venden humo y nosotros lo compramos porque preferimos hacerlo antes
de que en los engranajes de nuestros principios inamovibles se meta esa arena que
nos incordie nuestra acomodación pedagógica y nos levante dolor de cabeza.
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