Cartago debe ser destruida. Así finalizaba Catón el Viejo en el siglo II a. de C. todos y cada uno de los discursos que pronunciaba en el Senado. No se trata de vencer, sino de destruir. Lo malo era que esta obsesión era compartida por muchos romanos; Catón no vivió para verlo, pero Cartago fue devastada en un ejercicio de odio irracional. Llegó hasta tal punto la destrucción, que los arqueólogos apenas han encontrado restos de la ciudad púnica. Daba igual que se hablara de comercio, de impuestos o del ejército; la cuestión era que había que destruir Cartago.
Todo se ha ido al garete, todo ha ido a parar a la cloaca donde se sumen los detritus, los desechos de las ideas, pactos, acuerdos, afanes e inquietudes de luchar por causas justas. Lo importante no es el bien común, la calidad de vida, el bienestar o felicidad de los administrados. No. Lo importante es que el fuego que nace y se extiende en luchas inútiles destruya un objetivo éticamente bueno: pretender una buena educación para los jóvenes.
¿Por qué esta obsesión por fastidiar al semejante? ¿Es que son los cálculos electoralistas los que rigen los destinos de los ciudadanos? ¿Es que no hay un fin que se pueda compartir por los políticos si este redunda en beneficio de aquellos que le delegan el poder? ¿Es que no hay futuro?
Las cifras más altas del fracaso escolar de Europa están en España. Pero eso no importa. No podemos firmar acuerdos porque usted tiene sus intereses y yo los míos. ¿Y los intereses de los demás? ¿Es que eso no importa?.
¿Cuál es la razón de que no haya pacto educativo? ¿Es jugamos como yo digo o se rompe la baraja? ¿Hay una razón con peso para que no haya Pacto Social y Político por la Educación? Los docentes, los alumnos, los padres, las comunidades autónomas deberían hacer valer sus derechos y recordar que ellos son los perjudicados en este conflicto de intereses.
Esperemos que en todo esto no haya una fe púnica, pero, por si acaso, que se vaya preparando Cartago.
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