Es una pena, un fracaso, que celebremos el Día de la paz (30 de enero). El día de la paz tendría que ser todos los días del año, días en que todas nuestras acciones las guiara la tolerancia, días en los que, sobre todo los políticos, no castigaran al diferente.
Por eso me acuerdo de los pactos educativos que se “olvidan” de quienes más lo necesitan, de los decretos de afán homogeneizante, del castigo de los que son diferentes o prefieren hablar en su propio idioma. Me acuerdo de todo esto porque a lo propios implicados nunca se les pregunta nada, me acuerdo porque todo esto fomenta la intolerancia; la causa, el origen de todas las guerras y de una paz construida sobre cimientos donde falta el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.
Quiero obsequiar a los lectores de esta bitácora con los versos del polifacético cubano José Martí, junto con mis deseos de que la tolerancia florezca, tanto en junio como en enero.
Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con el que vivo,
cardo ni ortiga cultivo,
cultivo una rosa blanca.
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