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viernes, 28 de julio de 2023

Cuando los perros le ladran a la luna. Sobre la indefensión aprendida y la atención a la diversidad

 

Captura de una ilustración del artículo original

Hoy traigo hasta el blog la traducción de un artículo que publiqué hace algún tiempo. Se trata de Cuando los perros le ladran a la luna y su tema es la indefensión aprendida en el campo de la atención a la diversidad. Ficha: Cando os cans lle ladran á lúa. Localización: Eduga: revista galega do ensino, ISSN 1133-911X, Nº 50, 2007, págs. 6-7. Idioma original: gallego. Lo reproduzco a continuación.

Los perros de Seligman, psicólogo estadounidense, ladraban a la luna o, simplemente, no hacían nada. Los perritos de Seligman (1983) se hicieron famosos, tal vez menos que los de Pavlov, por la explicación de un constructo -indefensión aprendida- relevante en el estudio de la depresión. Seligman, cogió dos grupos de perros que colgaban de arneses. Más tarde a ambos grupos les aplicó una descarga eléctrica. Con la diferencia que a uno de los grupos le proporcionó un banco para que pudieran interrumpir el disparo. El otro grupo no podía hacer nada. Los perros de los dos grupos recibieron el mismo número de calambres. En otra fase, las descargas se generalizaron a otras situaciones. Ahora todos los perros podían controlar todas las descargas. En las nuevas circunstancias, y resumiendo, los perros que aprendieron a parar las descargas, lo hicieron. El otro grupo dolo se quejaba dolorosamente, pero no actuaba. Aprendieron a no defenderse.

¿Daría resultado el experimento de los perros en nosotros, los humanos? La indefensión aprendida, más tarde, luego sería reformulada por Alloy y Abramson, con la introducción de conceptos tales como contingencia y causalidad, refiriéndose a la relación de la respuesta dada por el sujeto de acuerdo a una atribución de las causas de la situación y a su controlabilidad.

Pasemos esto al campo de respuesta educativa a los estudiantes con necesidades educativas especiales y atención a la diversidad en general, partamos de esta reflexión y vayamos buscando soluciones para que las deficiencias físicas o mentales no se conviertan en desventajas sociales o, lo que es peor, en la exclusión social.

No es raro ver en las escuelas y en nuestros institutos a algún profesor nervioso frente a algún estudiante con necesidades educativas especiales, sin saber qué hacer y midiendo el no actuar ni por exceso ni por defecto. A veces, las tareas que se encomiendan a estos estudiantes ya las superaron el año anterior. Tal vez con la idea de evitar el fracaso los profesores intentan, incluso, tomarlos de la mano o hacer los ejercicios ellos mismos. Otras veces, las tareas, sin embargo, encierran, debido a las limitaciones del estudiante, demasiadas dificultades. El hecho es que los posibles fracasos  desarrollan baja autoestima y pesimismo extremo. Pero nosotros, los educadores comprometidos, debemos enfrentarnos y entender el optimismo a la manera de Díaz Aguado (1995): “atención selectiva hacia aspectos positivos de la realidad".

En principio, se debe identificar el problema: la falta de interés frente a lo que significa mucho esfuerzo, un bajo límite de tolerancia, la falta de autonomía para desarrollar tareas que están a su alcance, o una ansiedad ante situaciones nuevas, pueden ser algunos de los indicadores que nos hacen saber que estamos tratando a un o una estudiante con baja autoestima.

Estos chicos y chicas atribuyen la causa de sus problemas, por lo general, a factores externos. Es decir, ellos consideran que lo que está fuera de tu control y en lo que no pueden participar son los causantes de su fracaso, aspecto que debe evitarse como un paso previo a la inclusión total de los alumnos, para que no les pase como a los perros de Seligman.

Una fuente segura de pesimismo -según Rojas Marcos (2005)- es la prolongada insatisfacción de las necesidades inaplazables. Por lo tanto, no es prudente minimizar la influencia del ambiente, por el contrario, lo que se debe fomentar en el estudiante es el verdadero equilibrio emocional, ayudándole a automotivarse, a asumir responsabilidades, ayudarles a hacer una evaluación realista de uno mismo y evitarle la inseguridad con acciones que eleven su autoestima.

 Cuando la motivación del estudiante tiene lugar a través de otros canales, ocurre una alienación escolar, que a veces los profesores no saben cómo acercarse y tiene lugar lo que los sociólogos llaman el "próximo instante", en referencia a la falta de empatía con que actuamos en algunos de estos casos. En  realidad, muchas de las acciones que proponemos van dirigidas a aumentar la autonomía personal de estos estudiantes, a la mejora de los patrones atributivos de éxitos y fracasos, a la modificación de creencias sobre la inteligencia y al conocimiento y el logro de una respuesta emocional adecuada.

Por lo tanto, debería incluirse en el currículo objetivos y contenidos para facilitar:

      Un mejor autocontrol, tanto cognitivo como afectivo.

      Una mejora de la habilidad cognitivo social.

      Un programa de aprendizaje de estrategias en la resolución de tareas cognitivas y resolución de conflictos.

      Un programa de medidas para crear un clima que ayude a una educación inclusiva.

Esto favorecería:

      Vínculos más positivos entre los estudiantes y el entorno.

      Mayor tolerancia a la frustración.

      Más participación y una mejor sociabilidad.

      Disminución del aislamiento.

Y todo, para que los alumnos con necesidades educativas especiales nunca hagan suyas las palabras de Alloy y Abramson: No me importa estar en contacto con la realidad, pero no quiero vivir allí.

Enlace al artículo original.